miércoles, 19 de noviembre de 2014

Nosotr@s (Segunda parte)

Él podía ser cualquier hombre, a cualquier hora, de cualquier día. Pero escogió equívocamente la noche del 4 de febrero para calmar su sed. Él podía ser cualquier hombre, pero esa noche, el ambiguo pudor que se le había pegado al cuerpo, como su camiseta con el sudor, le orillaba a disimular hasta su identidad.

Los ojos frenéticos hacían lo mismo acechar que vigilar, a su presa y a quien pudiera reconocerle en esas calles respectivamente; esos caminos que solo por la noche atestiguaban su deambular de vez en vez, cuando el instinto libidinoso le agarrotaba los órganos y disparaba su frecuencia cardiaca.

Claro que tenía familia y claro que la amaba por sobre todas las cosas, y es que, para su vana justificación, a ninguna de las prostitutas que se había pagado le había hecho el amor realmente. Tras el vidrio de la ventanilla, deleitaba la vista como un niño tras el aparador de una juguetería. Hasta imaginaba presionar el botón de "Try me" con el pulgar que fruncía la carne trémula de alguna muñeca a escala, de las que se acercaban lo suficiente como para mostrar la etiqueta del precio. Reía antes de avergonzarse de tan pecaminosa analogía y volvía a su tarea. El visible herpes le dificultaba el proceso de selección, pues un beso de la muerte no se le antojaba como un posible final. El labial exagerado no ocultaba las llagas.

Cansado y tentado a desistir, se topó de frente con una visión deliciosa, seductora y sugestiva. Una pierna sobre la otra, jugando los tacones con el roce entre sí, la espalda esbelta recargada en la pared, ocultando el póster de algún concierto. El pecho, el magnífico atractivo podría confundirle sobre su natural origen o una intervención quirúrgica majestuosa. Y el rostro, cubriendo un mechón morado uno de los ojos, agregaba un panorama enigmático a su mirada distraída, perdida en un lugar mejor.

Detuvo el auto frente a ella sin dejar de verla. Demasiado guapa o demasiado irreal. Quería clavarle los ojos por donde se pudiera y hacerla voltear, como si fuese ella la interesada en satisfacer el cuerpo con la fiesta que uno de los dos podía pagar. Ella pareció sentir su ropa desvanecerse como él lo pretendía con la mirada, pues con un leve escalofrío, lo encontró en la oscuridad del auto, impaciente. La urgencia lo llevó a volcarse sobre el asiento del copiloto y apreciar la verdadera estatura de la mercancía humana, ahora que se acercaba con un vaivén cadencioso. Sonrió él sin control.

¿Cómo te llamas? Preguntó por lo bajo. Vio los senos agolpados contra la ventanilla, demasiado cerca para controlar el flujo sanguíneo que le endurecía hasta la espalda. Tú ponme el nombre que quieras. Respondió ella con voz felina, un ronroneo dedicado sólo para él. No voy a preguntar el precio. No me importa cuánto cueste ese cuerpecito tuyo. El nombre, el precio y lo demás le importaba un carajo, pues ella, la sin-nombre valía la pena, la dicha y la urgencia.

Súbete, pero no dejes nada adentro de mi coche.

La miraba de vez en cuando, sobre todo al pasar bajo alguna farola que proyectaba su luz sobre las piernas perfectas, suaves al tacto, frescas y perfumadas. Le gustaba pensar que él abriría el local para la serie de funciones de esa noche. Mordía sus labios tan fuerte para evitar besarla que casi sintió sangrarlos. Si no llegaba pronto a la habitación, tendría que hacerla suya ahí mismo, aun con todo lo que pudiera dejar adentro de su coche.

El camino final fue tan acelerado que poco recordaba frente al espejo, mientras esperaba a que ella se alistara para la función privada. Jadeaba de una fiebre incontrolable y ni quitarse la ropa mermó el calor que le subía por la espina dorsal, hasta la cara, hasta hacerlo estornudar.

Cuando la miró postrarse en la enorme cama, con un rápido movimiento llegó hasta ella, posó sus manos en su cuerpo y el golpe de la realidad le rompió la cara.

¿Qué pasa? Preguntó ese ronroneo cuya gravedad cobraba sentido. ¿Pensaste otra cosa? Él, frío y tembloroso, con la fiebre a kilómetros de distancia, quería desaparecer ahí mismo, esfumarse como el humo del cigarro que habían compartido. Buscó sus ojos, igual de hermosos e incandescentes, sus labios gruesos y jugosos, su cabello largo, teñido de un morado atrevido. Su cuerpo seguía en su punto, a excepción del país de ese mapamundi donde tenía la mano. ¿Ya no te gusto? Preguntó la voz grave, fuerte y varonil, ya descarada que se deshacía del tono que fingió media hora atrás. 

La euforia se tiñó de cólera al sentirse engañado y no permitiría que se burlaran así de él...

¿Qué nombre vas a ponerle? ¿Cómo vas a llamar a la primera de tantas víctimas? La policía tardó unos días en descubrir su identidad. Siempre han sido lentos para estos procesos, pero la saña con la que el hombre fue asesinado les movió más a prisa para buscar al responsable. 

Tuvieron que informar a su familia: A su esposa y dos hijos, quienes se sentían amados por sobre todas las cosas, que el jefe de familia, esposo y padre, había sido asesinado en el cuarto de un hotel a manos de un presunto transexual homicida cuando se consumaba la transacción.

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