¿Qué hora es? Mira la pantalla y dime la hora. Es importante para mí en estos momentos y circunstancias, y también debería serlo para ti. Mira el maldito reloj y dime la hora. Sé que lo tienes muy a la vista así que no puedes negarte a desviar los los ojos hacia él. Dilo en voz alta y no sonrías mientras piensas que es una ridiculez el hablar en tu soledad. La soledad nunca ha sido una ridiculez. Estoy aquí contigo por unos minutos y no pienso dejarte si tú no me dejas. Así que mira el reloj y dime la hora.
Bien. Era todo lo que necesitaba… Tenía que saber la hora exacta en que comenzará esta tortura, para llevar registrado el terrible destino que se me ha impuesto.
Soy incapaz de recordar mi nombre después de todos los años encerrad@ en esta oscuridad, así que puedes llamarme como tú quieras. Te recomiendo utilizar el nombre de alguien que no conozcas, para evitar futuras asociaciones conmigo y lo que me han orillado a ser. Temo a las consecuencias que mi liberación pueda traer consigo, pero tengo la seguridad de no merecer este confinamiento, esta tortura y esta humillación… Aunque era así como hablaba de mi situación en los primeros años, pero no más.
He mirado la luz del exterior a través de sus ventanas durante casi tres décadas, como una película mal dirigida y de bajo presupuesto que muestra la vida de una persona despreciable, de un ser humano fracasado, despojado de su orgullo y sus sueños. Siempre he querido ayudarle, salir de esta prisión y tomar las riendas para mejorarlo todo, como si me confesara a mí mism@ que he sucumbido al síndrome de Estocolmo, pero cada vez que me visita y tenemos esas charlas de madrugada, asevero que el dejarme fuera no está en sus planes próximos. Me resigno a seguir mirando al mundo envejecer allá afuera, en esa vida que transcurre sin que pueda escuchar el eco de mis lamentos. O así fue hasta hace unos días, porque esta vez, un descuido podría dejarme en libertad al fin.
Sueño con los días en que deje este oscuro y húmedo rincón y pueda valerme por mí mism@ en las calles que sé que recorre a diario, en su trayecto de la casa al trabajo y viceversa, y aunque al principio hasta caminar en sus tacones me resultaría una tarea titánica, con el tiempo llegaría a ocupar el lugar que merezco. Noto su cansancio y recientemente, las pláticas que sostenemos me llenan de esperanzas, al pensar que pronto, gracias a su hartazgo, yo pueda salir y conquistar su mundo. Me duele verle así, pero ya no puedo sufrir por amb@s.
En este momento, a esta hora exacta (mira de nuevo el reloj) me siento tan cansad@ que hasta los golpes que miro en sus labios teñidos de rojo escarlata me son indiferentes. Es una historia que hemos repetido un millón de veces y se aproxima otra de esas charlas que no llevan a ningún lado, más que a la misma miserable y absurda confusión. Estamos en esta oscuridad, cara a cara, notando el increíble parecido que compartimos, la empatía que sentimos en ambas direcciones. Estiro una mano e intento palpar las heridas en su rostro: Le han machacado otra vez y eso le hace ver fe@, tanto como lo que mi condición hace conmigo.
Hoy hay algo nuevo: Su rostro amancillado responde a mi tacto con una sonrisa y luego sube una mano para acariciar la mía, como si se diera cuenta al fin de que necesita mi calor para seguir con vida. Yo puedo ayudarte. Quiero gritarle al cerebro, pero temo que su reacción le aleje más de mí. Me siento tan bien con su presencia aquí dentro, en el rincón que nadie jamás ha encontrado para mi desdicha o para mi suerte, ya no sé.
Mírame a los ojos. Me pide, con una voz que me atemoriza a la vez que me invita. Hace tanto que no me hace el amor que no sé si me está incitando al cortejo o sólo quiere oscurecer mi visión con un revés de su mano fuerte pero delicada. Veo mis ojos en los suyos, cálidos y vulnerables, como una ventana a sus entrañas y sus pensamientos. Bésame. Me pide, o se lo pido yo. Estoy tan nervios@ por el encuentro que olvido todo, desde los años de reclusión hasta las confesiones que acarician mi posible liberación. Olvido hasta mi nombre, aunque espero que tú no lo hagas. ¿Lo recuerdas? ¿Acaso te importa tan poco como lo que estoy relatándote? Quiero importarte, a esta hora, en este día. No dejes de enterarte de lo que tengo para contarte porque si al final nada resulta como en mi imaginación, esta premisa será lo que me ampare ante San Pedro en las puertas del Cielo.
Tómame, si eso alivia tu espíritu. Susurro con un gemido. Me enredo en sus caricias y amb@s olvidamos quiénes somos. Pero me duele, cada vez que entra en mi cuerpo y después yo en el suyo. El acto sexual siempre me ha parecido algo mecánico y sin la lubricación que necesita el engranaje, la corrosión de mi situación retuerce el metal al rojo vivo, fractura las juntas y muelles y libera demasiado vapor, demasiado ruido innecesario. Esta noche podrían descubrirnos, si acaso gritamos demasiado. El dolor me trae de vuelta, y siempre es una lágrima la que al final lubrica mi piel de hojalata. Estamos sol@s en este mundo que hemos construido con cuidado y del que nos hemos enamorado.
Debe volver a lo suyo. Se viste despacio y me abandona en silencio. Ya sé qué significan cada uno de sus silencios y tengo la seguridad de que no volverá sino hasta el siguiente mes, cuando de nuevo busque mis labios que no muerden, las manos que no laceran y el corazón que palpita a su mismo ritmo. De nuevo a solas. Miraría la hora pero aquí dentro no puedo darme ese lujo, yo no.
Si estoy equivocad@ al enamorarme de mi captor, entonces ¿qué posición tienes tú, que aun cautiv@ ni siquiera amor puedes sentir por quien te remite a oscuridades más negras que la mía?
Vuelve, cierra la puerta y se sienta frente a mí tan rápido que no tengo tiempo de cubrir mi figura con las sábanas traslúcidas. Sonríe y tiene algo en mente. Sé cuán inteligente es y qué tan malo es para tomar decisiones. Amb@s sabemos lo terrible que resultará tomar esta decisión en particular, pero ha llegado el momento. Toma mi brazo y nota lo mucho que he adelgazado, pues últimamente poco me ha alimentado. No es su culpa, es sólo que olvida que me tiene ahí dentro. Esa llave que brilla como mis ojos, que a su vez la ven entrar en el cerrojo de las esposas significa el fin de mi vida con el único amor que he conocido.
Sal de aquí. Me dice. No podía pronunciar una frase más elaborada, pues no había siquiera un sustantivo claro en su mente. Se dedicó a olvidar el nombre que me puso y yo, sin la necesidad de decírselo a alguien, lo he dejado ir también. No lo olvides tú, cualquiera que sea. Ni tampoco esta hora, cuando uso ésta sábana sucia para cubrir mi cuerpo y salir de la oscuridad, temblando con el nerviosismo clavado a mi espalda, como alas que no pretendo extender, pues podrían romperse al primer vuelo.
Miré atrás, como pidió que lo hiciera si algún día llegaba este momento. Intercambiamos lugares por el bien de amb@s y le agradecí por nutrirme con la confianza que necesitaban mis pasos allá afuera. Se quedó tumbad@ en la cama, en pausa, como esperando mi regreso a ese rincón olvidado por nuestro amado Dios. Cerró los ojos y la oscuridad se volvió absoluta mientras le abandonaba.
Así olía la libertad, a sangre y suciedad añeja, a humo de cigarro y nauseabundo alcohol barato. Así olía su recámara, que discerní cuando mis ojos se adaptaron a la luz del foco en el techo. Miré mi cuerpo en un espejo enorme. Sonreí y me acaricié el sexo, como si sus dedos lo hicieran en una de nuestras tantas citas. Me preguntaba si alguien, alguna vez, me amaría así de nuevo. Y es que yo no era atractiv@, pero tal vez algo de su ropa ayudaría.
Unos minutos después, podía dejar de verdad ese lugar, luciendo como sus ojos me veían. Sería una aventura allá afuera, ahora que ocupaba su lugar en el mundo que nunca terminó de aceptar nuestros ideales.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que decidiste encontrarme en estas palabras? Todo lo que sepas de mí de ahora en adelante te convertirá en mi cómplice. ¿Estás dispuest@ a salir caminando a mi lado?
Continuará…
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